Cuando uno pone la imaginación al servicio de las palabras, es un desafío enorme
y muchas veces tortuoso traspasar al papel las ideas que nos inquietan
conservando la misma intensidad imaginada. No es fácil pero se consigue con
disciplina y, por supuesto, un poco de talento.
Ese viernes, en la sala de la KHG, me decidí a ir un poco más lejos y le agregué música a la lectura. No quería que fuera algo accesorio. Por el contrario, la música tenía que integrarse al texto, potenciar las palabras pero, sobre todo, emocionar. Nada menos. Y creo que funcionó, porque por momentos me olvidé de que era yo el que presentaba el libro y pude disfrutar de la lectura como un lector más.