Fue una tarea ardua. Han pasado poco menos de cinco años desde que terminé El reflejo, el primer relato para Historias sobre una duda constante. Lamentablemente no fui capaz de
rescatarlo. El reflejo no superó las correciones. Sin embargo, fue La frontera del deseo, también en 2009, la que terminó de consolidar
la idea principal del libro. Una curva dramática que permitiera al lector
experimentar la inseguridad y la angustia que provoca vivir con una duda
constante. Aunque escribí En busca de Dora
Brillant en la misma época que los dos anteriores, originalmente no estuvo
pensado para este volumen de cuentos. Fue la metamorfosis kafkiana que subyace
en la trama, en este caso más como un producto de la voluntad que como un hecho
azaroso, lo que me convenció de incluirlo.
Entre 2012 y 2013 completé los demás relatos a partir de horas de
observación (En el cielo el infierno y La soledad del cisne), un homenaje a
autores admirados (El dueño de mi sueño), una
historia de amor que no fue (Demasiado
pronto), la nostalgia de un pasado que se hace cada vez más lejano (Mysterious Way) y un sueño revelador (Un plan para salvar el mundo).
Nunca tuve la clara intención de publicar El origen del mundo. Primero, porque fue
algo experimental. Un ejercicio liberador para conocer mis límites creativos.
De hecho, creo que no sería capaz de volver a escribir algo similar. Segundo,
porque no es mi estilo, y tercero, porque hay que estar preparado para defender
en público un texto tan provocador. Fueron sopresivas y, a la vez, gratificantes,
por lo tanto, determinantes las impresiones de las primeras personas que lo
leyeron. A través de ellas comprendí que la crudeza del lenguaje también es un
medio para contar una historia.
Algunas historias se resisten a ser escritas y parecen sentirse cómodas en
un plano imaginario. Se transforman en historias que alimentan la ansiedad del
autor. Estamos seguros de lo que queremos contar y cómo queremos hacerlo, pero
en el fondo no nos animamos a escribirlas por temor a no poder satisfacer
nuestras propias expectativas. Cuando una historia permanece durante mucho
tiempo en nuestra cabeza, recomiendan los que saben, es mejor dejarla inconclusa.
Fue el caso de Detrás de los prismáticos, escrita
cuando tenía cerrado el libro pero concebida en la etapa inicial del proyecto.
Sabiendo que si no resultaba sólo sumaría una frustración más, me lancé a
escribirla a contrarreloj. La historia surgió limpia y se plasmó en el papel tal
cual como la había deseado. Fue un acierto haber vencido este prejuicio
literario porque Detrás de los
prismáticos le otorga al libro una perspectiva femenina esencial.
Para finalizar, debo confesar, aún corriendo el riesgo de pulverizar el
morbo del estimado lector que ha elegido este libro, que las historias no son
autobiográficas. ¡No es ninguna justificación! No me avergonzaría reconocerlo
se así fuera. No obstante, cada relato surge de inquietudes personales sobre
temas generales. Porque en definitiva somos parte de la misma esencia y, en
mayor o menor medida, todos padecemos una duda constante.
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