martes, 4 de marzo de 2014

Sobre los relatos en particular

Fue una tarea ardua. Han pasado poco menos de cinco años desde que terminé El reflejo, el primer relato para Historias sobre una duda constante. Lamentablemente no fui capaz de rescatarlo. El reflejo no superó las correciones. Sin embargo, fue La frontera del deseo, también en 2009, la que terminó de consolidar la idea principal del libro. Una curva dramática que permitiera al lector experimentar la inseguridad y la angustia que provoca vivir con una duda constante. Aunque escribí En busca de Dora Brillant en la misma época que los dos anteriores, originalmente no estuvo pensado para este volumen de cuentos. Fue la metamorfosis kafkiana que subyace en la trama, en este caso más como un producto de la voluntad que como un hecho azaroso, lo que me convenció de incluirlo.
 
Entre 2012 y 2013 completé los demás relatos a partir de horas de observación (En el cielo el infierno y La soledad del cisne), un homenaje a autores admirados (El dueño de mi sueño), una historia de amor que no fue (Demasiado pronto), la nostalgia de un pasado que se hace cada vez más lejano (Mysterious Way) y un sueño revelador (Un plan para salvar el mundo).  
 
Nunca tuve la clara intención de publicar El origen del mundo. Primero, porque fue algo experimental. Un ejercicio liberador para conocer mis límites creativos. De hecho, creo que no sería capaz de volver a escribir algo similar. Segundo, porque no es mi estilo, y tercero, porque hay que estar preparado para defender en público un texto tan provocador. Fueron sopresivas y, a la vez, gratificantes, por lo tanto, determinantes las impresiones de las primeras personas que lo leyeron. A través de ellas comprendí que la crudeza del lenguaje también es un medio para contar una historia.
  
Algunas historias se resisten a ser escritas y parecen sentirse cómodas en un plano imaginario. Se transforman en historias que alimentan la ansiedad del autor. Estamos seguros de lo que queremos contar y cómo queremos hacerlo, pero en el fondo no nos animamos a escribirlas por temor a no poder satisfacer nuestras propias expectativas. Cuando una historia permanece durante mucho tiempo en nuestra cabeza, recomiendan los que saben, es mejor dejarla inconclusa. Fue el caso de Detrás de los prismáticos, escrita cuando tenía cerrado el libro pero concebida en la etapa inicial del proyecto. Sabiendo que si no resultaba sólo sumaría una frustración más, me lancé a escribirla a contrarreloj. La historia surgió limpia y se plasmó en el papel tal cual como la había deseado. Fue un acierto haber vencido este prejuicio literario porque Detrás de los prismáticos le otorga al libro una perspectiva femenina esencial. 
 
Para finalizar, debo confesar, aún corriendo el riesgo de pulverizar el morbo del estimado lector que ha elegido este libro, que las historias no son autobiográficas. ¡No es ninguna justificación! No me avergonzaría reconocerlo se así fuera. No obstante, cada relato surge de inquietudes personales sobre temas generales. Porque en definitiva somos parte de la misma esencia y, en mayor o menor medida, todos padecemos una duda constante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario