sábado, 29 de marzo de 2014

Sugerencias para leer Historias sobre una duda constante

Hace ya un tiempo me di cuenta de que la escritura, junto con las demás disciplinas artísticas, es un acto de dominación, en donde el autor manipula al lector a su antojo. No obstante, se trata de una manipulación, si esto sirve para aliviar la idea, consensuada y tácita. El lector, al elegir el libro, se deja conducir pasivamente por la imaginación del autor y acepta someterse a su voluntad creativa. A primera vista pareciera un acuerdo desigual, pero analizándolo con detenimiento veremos que no es así. No hay que olvidar que el lector siempre cuenta con el derecho a interrumpir la lectura y, aún más drástico, a abandonar el libro. Lo que estoy diciendo tampoco es una novedad. La vida misma es un concatenación de actos de sometimiento (la religión, para los creyentes; el amor, para los idealistas; las pautas sociales, para casi todos, etc). En definitiva, hablar de vida es hablar de sometimiento.
 
¿Para qué esta introducción? Hace bien en preguntárselo porque no quiero irme por las ramas. En los tiempos modernos la brevedad es un bien preciado. Asumiendo que la escritura es una acto de manipulación, pretendo ir más allá y quiero proponerle a usted, estimado lector, una manipulación adicional. Es mi deseo sugerirle también cómo debe leer este libro. Luego usted podrá tomar la decisión que le plazca pero es mi deber advertirle que el orden de los relatos desempeña un rol fundamental en la forma de concebir la obra. Es cierto que los relatos son independientes unos de otros pero si usted respeta el orden propuesto podrá acceder al verdadero mensaje. Dicho en otras palabras, busco desmontar sus prejucios, si los tiene, y ampliar los límites de su tolerancia, de una manera suave y delicada, que no le cause dolor ni lastime su orgullo. Permítame, entonces, introducirlo al mundo de estos personajes que se animan a enfrentar la duda constante. Déjese llevar y haga el esfuerzo de no renunciar al primer intento. Este viaje literario vale la pena. Le aseguro que al final será recompensado con un plan para salvar el mundo.  

sábado, 15 de marzo de 2014

¿Por qué la autoedición?

Una cosa tuve clara desde el principio y fue que quería autoeditar este libro. No me interesaba someterme al manoseo del mundo editorial. Sin embargo, una vez concluido el proceso de escritura me di cuenta de que tenía un buen material entre las manos y decidí que valía la pena intentarlo. Además no había prisa por publicar. En total debo haber enviado mi propuesta editorial (en los tiempos actuales las editoriales no aceptan manuscritos y exigen una breve exposición de la idea, ¡en lo posible no más de dos páginas!, para determinar si les interesa o no el proyecto) a cuarenta direcciones de editoriales y agentes literarios argentinos y españoles. Sólo dos me pidieron el manuscrito y uno de ellos me dijo que si en tres meses no recibía respuesta alguna debía considerarme rechazado, dejando en claro que no se molestarían en enviarme un nuevo email. A las demás respuestas negativas puedo agruparlas en dos grandes bloques: “no publicamos primeras obras de autores desconocidos y menos cuentos” y “no estamos aceptando material nuevo debido a la crisis del sector”, lo que equivale a decir: “sólo buscamos fenómenos editoriales”. En ambos casos la frustración es agravada porque te rechazan sin siquiera haber leído el material. Pero lejos de desanimarme lo tomé como una experiencia necesaria que debe padecer todo escritor. ¡Qué sería de la literatura universal si todos los autores rechazados hubieran disistido en el primer intento! 

Con humildad y mi ego maltrecho volví a mi idea original. Pero aquí tampoco la situación se presentaba fácil. Con tanta oferta on y offline es muy tentador y peligrosamente fácil publicar. No cuesta nada apretar una tecla para enviar el material y recibirlo unos días después, publicado en el formato que uno desee, sin cruzarse con una voz humana o, lo que es mucho peor, un control editorial del contenido. Es el riesgo de la autoedición. Es cierto que casi todos pueden escribir, pero pocos son escritores. Por eso es importante encontrar un servicio de autoedición profesional y responsable.
 
La propuesta de E-dítalo Contigo me llegó a través de una de las editoriales que rechazó mi manuscrito por la crisis del sector, pero que al menos tuvo la consideración de reenviarlo a una pequeña editorial que acababa de establecerse. Fue así que aparecieron en mi vida Paco Melero y Nieves Guerra. Dos personas con mucha pasión y entusiasmo que lograron adaptar con éxito el modelo editorial clásico al mundo descarnado de la autoedición. La estrecha relación autor-editor que alientan Nieves y Paco desde el principio, junto a la posibilidad de ser asesorado por personas que conocen el medio le otorga a la propuesta de E-dítaloContigo el carácter distintivo con respecto a la competencia. Luego de recibir la valoración positiva por parte de ellos, nos embarcamos en la apasionante tarea de gestar un libro: correcciones, consejos y numerosas revisiones se fueron dando en una comunicación diaria, en donde mi opinión siempre fue tenida en cuenta. Paco y Nieves me dieron la oportunidad de editar el libro que deseaba, el que hubiese elegido en una librería, pero siempre bajo su atenta supervisión. Ellos me dejaron fantasear con libertad para luego ir poniendo, con mucho tacto, todas esas ideas en un plano realizable sin perder de vista el aspecto comercial. Y ése es justamente el rasgo positivo de la autoedición profesional: la posibilidad de crear un libro con un valor agregado a partir de una edición limitada y cuidada al detalle, muy diferente a la edición masiva de los grandes grupos editoriales. Para exponerlo de una manera más gráfica, es la misma diferencia que existe entre comprar ropa en Primark y mandarse a hacer un traje a medida.
 
A pesar de todos los riesgos y prejuicios, la autoedición representa una opción más que válida para darle visibilidad a obras que de otra forma hubiesen estado condenadas a permanecer archivadas en discos rígidos.
 
Por lo tanto, estoy en condiciones de afirmar que Historias sobre una duda constante no es un libro descartable. Por el contrario, es un libro para releer y disfrutar con más de un sentido...
 

sábado, 8 de marzo de 2014

Cuento vs. Novela

Si hay algo que me fastidia es que me pregunten al finalizar una lectura por qué escribo cuentos. Detrás de esta pregunta percibo siempre más compasión que curiosidad. Es como si me estuvieran diciendo: ¡Pobre, escribe cuentos porque la novela le queda grande! Y en mi esfuerzo por ofrecer una respuesta contundente, enmudezco, vacilo y alimento aún más las convicciones de esos insolentes. ¡Qué digo insolentes, son ignorantes! Escribo cuentos porque me gusta, contesto finalmente, cuando ya es demasiado tarde y sus miradas indulgentes son irreversibles. Escribo cuentos porque soy intenso, porque se me da la gana, debería responderles con la grosería que se merecen y con una soberbia que no dé lugar a repreguntas. ¿Le ha quedado claro o es que la lectura de novelas le atrofió el entendimiento? ¿O acaso no sabe usted, rústico lector, que está demostrado científicamente por la Universidad de Surrey, Sussex o era Essex (ahora no lo recuerdo) que una persona no puede concentrar la atención ni conservar el interés más allá de las ciento ochenta páginas? Todo lo demás es relleno que las editoriales se encargan de vender como depurada literatura producida por autores acostumbrados, mal que nos pese, a estirar sus historias convencidos de que aún les queda algo por contar. ¡Entiéndalo de una vez! Escritor que sobrepasa el límite impuesto por la ciencia no es más que un vanidoso. Pero me temo que no lo comprenderá porque seguramente usted prefiere llevarse una de esas novelas gordas que lo mantenga ocupado durante sus vacaciones, y en lo posible, una novela que no le ofrezca demasiadas dificultades, que le permita poner su capacidad de razonar en piloto automático desde la primera página (sin prólogo ni introducción, ¿verdad?) hasta el final. Y si es una saga mejor, porque de esa forma ya le soluciona el problema para varios veranos. ¿O me equivoco? Lectores como usted no merecen ninguna consideración, afirma el protagonista de El dilema de Jacarandá (lo siento, este cuento forma parte del próximo libro).
 
No me agrada enfrentar a estos dos géneros que poco tienen en común, pero me parece que es la mejor manera de demostrar que ni uno no es inferior al otro ni tampoco una condición. Pero no le echemos la culpa sólo a los lectores, los autores también somos responsables de esta afirmación absurda e infundada. Mucho autor aventurero comienza escribiendo cuentos como si fuera una actividad de precalentamiento, el medio para llegar a un fin más elevado, y cuando tiene publicado su primer libro de cuentos cree estar capacitado para pasar a la novela. Un error tremendo, sobre todo para los lectores que debemos padecerlos. No niego que hay autores que pueden desenvolverse magistralmente en ambos géneros, pero son excepciones. La regla general establece que escribir buenos cuentos no habilita automáticamente a escribir novelas y viceversa. Alguna vez leí una entrevista a Murakami en donde declaraba que solía escribir cuentos entre novela y novela, como una manera de despejarse literariamente. Yo preferiría que Murakami escribiera sólo cuentos.
 
Los autores que utilizan al cuento como un trampolín hacia la novela suelen ser cuentistas mediocres. El cuento les sabe a poco. Por lo general no comprenden que el cuento tiene una dinámica propia y para escribir un buen cuento hay que dedicarse a escribir un cuento teniendo en mente un cuento. Decía Cortázar que un cuento es un orden cerrado, comparable a la perfección de una esfera. A muchos autores esa esfera se les escurre entre las manos.
 
En la vereda de enfrente se encuentran aquellos autores que se autoproclaman  cuentistas y yendo mucho más allá, no se avergüenzan de ello. Autores como Jorge Luis Borges, quien responde la estigmatizante pregunta con una genialidad: Por qué una novela si lo que quiero contar puedo escribirlo en unas pocas páginas, o más recientemente, Samanta Schweblin, por nombrar a algunos.   
 
Pero no me malinterprete estimado lector, no deseo incomodarlo ni mucho menos agredirlo. Sólo pretendo ahorrarle una pregunta y le aclaro que la novela, definitivamente, no es mi asignatura pendiente. Por ahora.
 

martes, 4 de marzo de 2014

Sobre los relatos en particular

Fue una tarea ardua. Han pasado poco menos de cinco años desde que terminé El reflejo, el primer relato para Historias sobre una duda constante. Lamentablemente no fui capaz de rescatarlo. El reflejo no superó las correciones. Sin embargo, fue La frontera del deseo, también en 2009, la que terminó de consolidar la idea principal del libro. Una curva dramática que permitiera al lector experimentar la inseguridad y la angustia que provoca vivir con una duda constante. Aunque escribí En busca de Dora Brillant en la misma época que los dos anteriores, originalmente no estuvo pensado para este volumen de cuentos. Fue la metamorfosis kafkiana que subyace en la trama, en este caso más como un producto de la voluntad que como un hecho azaroso, lo que me convenció de incluirlo.
 
Entre 2012 y 2013 completé los demás relatos a partir de horas de observación (En el cielo el infierno y La soledad del cisne), un homenaje a autores admirados (El dueño de mi sueño), una historia de amor que no fue (Demasiado pronto), la nostalgia de un pasado que se hace cada vez más lejano (Mysterious Way) y un sueño revelador (Un plan para salvar el mundo).  
 
Nunca tuve la clara intención de publicar El origen del mundo. Primero, porque fue algo experimental. Un ejercicio liberador para conocer mis límites creativos. De hecho, creo que no sería capaz de volver a escribir algo similar. Segundo, porque no es mi estilo, y tercero, porque hay que estar preparado para defender en público un texto tan provocador. Fueron sopresivas y, a la vez, gratificantes, por lo tanto, determinantes las impresiones de las primeras personas que lo leyeron. A través de ellas comprendí que la crudeza del lenguaje también es un medio para contar una historia.
  
Algunas historias se resisten a ser escritas y parecen sentirse cómodas en un plano imaginario. Se transforman en historias que alimentan la ansiedad del autor. Estamos seguros de lo que queremos contar y cómo queremos hacerlo, pero en el fondo no nos animamos a escribirlas por temor a no poder satisfacer nuestras propias expectativas. Cuando una historia permanece durante mucho tiempo en nuestra cabeza, recomiendan los que saben, es mejor dejarla inconclusa. Fue el caso de Detrás de los prismáticos, escrita cuando tenía cerrado el libro pero concebida en la etapa inicial del proyecto. Sabiendo que si no resultaba sólo sumaría una frustración más, me lancé a escribirla a contrarreloj. La historia surgió limpia y se plasmó en el papel tal cual como la había deseado. Fue un acierto haber vencido este prejuicio literario porque Detrás de los prismáticos le otorga al libro una perspectiva femenina esencial. 
 
Para finalizar, debo confesar, aún corriendo el riesgo de pulverizar el morbo del estimado lector que ha elegido este libro, que las historias no son autobiográficas. ¡No es ninguna justificación! No me avergonzaría reconocerlo se así fuera. No obstante, cada relato surge de inquietudes personales sobre temas generales. Porque en definitiva somos parte de la misma esencia y, en mayor o menor medida, todos padecemos una duda constante.